viernes, 25 de diciembre de 2009

CUENTOS ???? de Navidad

En el hipogeo solar de la navidad, el país está en alerta por la nieve, la lluvia y por Cádiz acaba de pasar un tornado de los que se ven en las noticias, pero por otros lares. La cumbre de Copenhague acaba de terminar en rotundo fracaso (dicen) en la lucha por el calentamiento global.

En esta navidad oscura, al par que estas noticias, se refleja en el espejo la edad juvenil del nacimiento, pero por el lado opuesto, el del final del solsticio, se dibujan todos los personajes que hasta aquí han sido, personajes que se proponían como modelo entonces pero que ahora, aparecen perfilados como términos de comparación vestidos de la propia vivencia, la que hasta aquí tiene en su haber la memoria.

Y es curioso, que si en la juventud se fue reacio a asumir un prototipo de referencia para un proyecto de vida, de educación, de paradigma a imitar y más aún, reacio a incluirlo en la categoría de adorable, ahora, del otro lado del espejo se refleje la inmensa levedad de tal propósito, la añagaza del ser, porque sin querer aparecen vividas todas las circunstancias de esos mismos personajes que entonces eran desafectos. Así, desde los personajes de Buda, Jesucristo, pasando por El Quijote, Jean Valjeant, Gregor Baileys y Atikus entre otros muchos, se entrevé cuan “bello es el vivir” qué buenos eran “los miserables” y qué sensación reconfortante queda el haber defendido la justicia.

Para lo que interesa decir aquí, es como si el viejo proverbio de Herodoto “la historia es maestra de la vida”, se hubiera cumplido en toda su extensión pero sin necesidad de haber perdido el sentido por nada ni por nadie, pues aún en el supuesto de no haberlos conocido, en este lado del espejo final de la vida aparecen todos esos mismos detalles en la propia imagen. Cuanto tiempo perdido entonces en querer aprender para el futuro de la historia, si la historia misma eres tu mismo aunque, eso sí, sin el apogeo de los célebres personajes, que ahora aparecen como simples referencias de la propia existencia.

Ante este prurito de definir tu existencia mediante referencias, porque sin referencias parece que no existe currículo vitae, que no eres nadie, queda aún el orgullo y la honestidad de adoptar con fruición cualquiera de los personajes o todos ellos en conjunto a los efectos de entenderse con el prójimo, bien sabido, que no podrá ser uno solo de ellos sino todos escogidos eclécticamente, misión, por otro lado imposible pero al menos orientadora.

Hoy, por tanto, me quedo con el miserable aparecido en el translúcido espejo de esta noche oscura, Jean Valjeant, ese que condenado a la horca por haber robado un pan repitió machaconamente al perseguidor policía aquello de “usted no ha entendido nada”. Víctor Hugo creador del personaje, suicidó al policía con sus propios grilletes en el Sena y Jean Valjeant murió de viejo en su casa, satisfecho de haber aprendido la lección de la vida, aprendida seguro del cable que le echó el obispo. Más o menos, la caída del caballo de Pablo de Tarso de la biblia, pero en términos franceses.

Consciente de lo que se pueda deducir de esta disertación a la sombra de la noche, hay que excluir desde luego el rechazo de lo aprendido, porque en el fondo no se pone en tela de juicio nada, antes al contrario, la disertación misma tiene como fuente lo aprendido sin el cual no hubiera sido posible el relato.

Sin embargo, se puede colegir que lo esencial de la vida consiste en vivir independiente de la educación sufrida lo que supone tener un criterio (bueno o malo) y ser honesto con el mismo. Justo eso. La independencia de criterio aunque incluso sea un criterio común al resto de los mortales. Jean Valjeant, robó los candelabros del demagogo monseñor en su criterio de que la independencia consistía en tener oro para sobrevivir, pero, el reconocimiento del obispo de que no eran candelabros robados sino donados por él mismo, le libró de la cárcel de nuevo y aprovechó los candelabros para hacerse mecenas en su pueblo. Dos criterios independientes del sistema: el robar por un lado y el mecenazgo por otro, aunque éste último más que independiente sea subsidiario del primero.

Esa ansiedad de independencia, al fin y al cabo proyecto etiológico de la vida misma, es lo que la induce a pergeñar como el objetivo básico de la educación, a la cual la enseñanza debiera ceñirse a través de todas las disciplinas. Como ejemplo paradigmático (por revolucionario) en las disciplinas llamadas exactas, enseñar que dos y dos son cuatro por convención, por haberlo así convenido el sistema, como espita liberadora de la presión educativa. Ni qué decir tiene que el resto de las disciplinas es menos epatante, y el propósito independentista educativo se cubriría con la sola introducción del…”decíamos ayer que…” fulanito de tal decía. No sé quien decía que la mejor aula era un aula sin paredes.